jueves, 8 de julio de 2010

Un pequeño susto.

Son las 3 de la tarde de un caluroso día de Mayo, cuando bajo por la Calle General Ricardos. Dos carriles por cada sentido. Hay una excelente visibilidad y circulo por el carril de la derecha. A la altura del número doscientos hay una pequeña curva a la izquierda, y a la derecha se encuentra la entrada al IES Vista Alegre y a otras intituciones.

El prolongado descenso ha dejado clavada la velocidad del cuentakilómetros en 41 desde hace tiempo. De repente, uno de lo coches que subían en sentido contrario por mi izquierda da un volantazo y comienza un brusco giro a mi derecha para entrar al instituto tan sólo un segundo antes de que yo pase con mi bici por ese punto. Es decir, cruza mis dos carriles de lado a lado justo en el preciso instante en que yo me encotraba allí, indefenso. Para ser más exactos, se podría decir que me embiste rotundamente con el coche. En el momento del giro tan sólo puedo ver la parte delantera del automóvil, completamente frente a mí. Instintivamente me tumbo hacia la derecha intentando evitar el golpe frontal contra el parabrisas. La inclinación de la bici logra sacarme del impacto contra el morro y ahora puedo ver el vehículo desplazandose por mi izquierda. En un abrir y cerrar de ojos dejo de verlo y tan pronto como creo haber librado el choque oigo un sonoro golpe en la rueda trasera y pierdo el control de la bici durante un par de segundos, haciendo equilibrio y culeando a la deriva. Finalmente logro detenerme, a escasos 30 metros del accidente. Me bajo de la bici y veo que el coche se ha detenido en la puerta del instituto. El conductor se encuentra dentro del vehículo. Me mira y, sin llegar a bajar la ventanilla (lo que, sin duda, perjudicaría el rendimiento del aire acondicionado aquel caluroso día), se encoje de hombros con un gesto de total indiferencia. -Son cosas que pasan- Imagino que quería decir. Me vuelvo para cerciorame de que mi medio de transporte no ha sufrido ningún daño, y es entonces cuando el conductor, viendo el aburrido panorama y deduciendo que su acometida no había sido tan terrible, decide continuar su camino como si nada, y se adentra con su coche en el recinto. Con los reflejos a flor de piel me da tiempo a apuntar su matrícula (2561GLY).


Me voy de allí con mal sabor de boca. He estado a punto de sufrir un accidente: me he visto volteado en el aire o estampado contra el parabrisas, como un insecto en una carretera secundaria. Y nada de esto, nada, ha sido culpa mía. El colmo es que no he recibido ni una mísera disculpa. Pero tengo que llegar a casa, y continúo el obligado descenso. Apenas un minuto y medio después, cuando me encuentro a la altura de Oporto. Una mujer hace un giro prohibido y cruza su patético coche por delante de mí mirandome directamente a los ojos. Esta vez logro frenar y estallo con un rugido inmenso: ¡GILIPOLLAS!




Accidente similar al que podría haber sufrido yo mismo.
El coche gira a la izquierda (derecha del ciclista) justo en el peor momento.
En este caso al ciclista se le hace imposible evitar el choque
por culpa del vehículo blanco aparcado a su derecha.




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